El Universal | 10 September 2019
Adiós Maestro Francisco Toledo, admirador de bichos, hacedor de sueños, hermano sol, hermana luna.
Para enfrentar los impactos del cambio climático, el mundo necesita una verdadera revolución. Una revolución que transforme la forma cómo incorporamos los riesgos en las decisiones políticas y económicas. Una revolución que movilice capital financiero público y privado para poder hacer realidad soluciones que deben ponerse en práctica ya, pues las transformaciones necesarias toman tiempo y tiempo es precisamente lo que no nos sobra. Los dirigentes políticos y empresariales deben reflexionar seriamente sobre la manera en que toman sus decisiones. Nos urgen líderes audaces que reconozcan la urgencia del problema y que actúen de inmediato para solucionarlo.
Los países tienen que redoblar sus esfuerzos de mitigación de gases de efecto invernadero, y no habrá medidas de adaptación que valgan si no reducimos drásticamente las emisiones. Escoger entre la adaptación y la mitigación es una premisa falsa: debemos abrazar las dos, y abrazarlas bien. La buena noticia es que las sociedades humanas han demostrado a través de la historia su capacidad para superar desafíos enormes. Además, la historia nos muestra que los jóvenes siempre han querido diseñar su futuro, no ser víctimas de él.
Estos son algunos de los mensajes principales que hoy da a conocer la Comisión Global sobre Adaptación al cambio climático en su informe “Adaptarse ya: un llamado al liderazgo global para la resiliencia al cambio climático”. Sus recomendaciones van dirigidas a todos los que toman las decisiones: mandatarios nacionales y autoridades gubernamentales, alcaldes, ejecutivos empresariales, inversionistas y líderes comunitarios. México ha desempeñado un papel fundamental en la Comisión y en la elaboración de este informe.
Constituida en octubre pasado por iniciativa de los Países Bajos con el fin de elevar el perfil político de la adaptación y acelerar soluciones para enfrentar el mayor desafío de la humanidad, la Comisión está presidida por Bill Gates, Ban Ki-moon (exsecretario general de la ONU) y Kristalina Georgieva (presidenta del Banco Mundial) y está conformada por 34 Comisionados de 20 países: participan políticos, empresarios, dirigentes de agencias multilaterales, científicos y organizaciones de la sociedad civil.
El informe deja claro que la adaptación es un imperativo moral, ambiental y económico. Moral porque el cambio climático exacerba el miedo, rechazo hacia la pobreza y hacia las personas marginadas, al aumentar las inequidades sociales, ampliar la brecha entre ricos y pobres y agudizar los problemas de género impactando desproporcionadamente a mujeres y niñas. Aumenta también la carga injusta que recae sobre las generaciones futuras, pues la degradación ambiental da al traste con las oportunidades y los sueños de niños y jóvenes. Esta desigualdad intergeneracional es la que alimenta hoy los movimientos de protesta liderados por jóvenes de todo el planeta. Como herederos de los impactos del cambio climático, ellos exigen ser parte integral de los esfuerzos para enfrentarlo y están generando un momentum político sin precedentes.
El cambio climático también amenaza las tierras, los medios de vida y la cultura de los pueblos indígenas, ya que agrava su marginación histórica y empeora sus condiciones sociales, económicas y de salud. Por eso la adaptación debe diseñarse para apoyar los derechos indígenas, las instituciones que los impulsan, los sistemas de gobernanza y su derecho a la libre determinación.
La adaptación es un imperativo ambiental porque los ecosistemas son nuestra primera línea de defensa contra los peores impactos climáticos — inundaciones, sequías, olas de calor, incendios y huracanes. La naturaleza es la base del bienestar de las sociedades y nos proporciona alimento, combustible, agua y medios de vida; además produce oxígeno y remueve carbono de la atmósfera, ayudando a mitigar los desequilibrios climáticos. No habrá medidas de adaptación que valgan si no conservamos los ecosistemas. Así de claro.
Y es también un imperativo económico porque si tomamos la decisión de adaptarnos, actuaremos en nuestro propio beneficio. Adaptarnos nos va a costar menos que reparar los daños después. Los análisis de la Comisión indican que, si se mejora la resiliencia, la tasa de retorno de las inversiones puede ser muy alta: un índice de costo-beneficio de 2:1 a 10:1. Es decir, que cada dólar invertido en adaptación puede resultar en beneficios económicos netos de 2 a 10 dólares. La adaptación es una de las inversiones más costo efectivas para las naciones, las ciudades o las empresas. Hasta un niño lo entiende.
Dentro de dos semanas, en la cumbre de acción climática de la ONU en Nueva York, la Comisión abanderará una coalición para redoblar los esfuerzos globales alrededor de 5 ejes: financiamiento e inversiones, seguridad alimentaria y agricultura, soluciones que se apoyan en la naturaleza, ciudades resilientes y prevención de desastres. Si tiene éxito, se levantará una ola imparable que impulse acciones e inversiones en la cumbre sobre adaptación en los Países Bajos en octubre de 2020 y en la COP 26 en diciembre. Nadie dice que vaya a ser fácil, pero no nos queda otra.
Conviene no olvidar que todos estamos bajo la lupa de millones de niños y jóvenes que nos exigen estar a la altura del desafío climático. Una nueva generación que reclama un cambio urgente en cómo hemos venido haciendo las cosas y que no va a parar hasta lograrlo. Mientras los ya entrados en canas hablamos y hablamos y hacemos poco, ellos, conscientes de que están ya sufriendo los impactos de un planeta degradado, no van a quedarse de brazos cruzados. Las huelgas escolares en muchas partes del mundo son sólo el inicio. Si hoy posponemos una vez más nuestra responsabilidad, serán ellos los principales afectados ya que con nuestro letargo no les estamos haciendo valer un derecho humano fundamental: el derecho a una vida digna de ser vivida.
Martha Delgado es Subsecretaria para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaria de Relaciones Exteriores de México.
Omar Vidal, científico y ambientalista, es asesor de la Comisión Global de Adaptación.