Artículo de Martha Delgado publicado el 5 de junio de 2020 en la revista Nexos
Hoy que conmemoramos el Día Mundial del Medio Ambiente podemos ampliar el sentido de emergencia de la atención a la crisis sanitaria para pensar en sus causas e implicaciones. Después de todo, el contagio pandémico de un virus es un fenómeno originalmente natural, por lo que resulta importante preguntarnos: ¿cuál es la relación entre el COVID-19 y los impactos antropogénicos al equilibrio ecológico?
De acuerdo con datos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) 75 % de las enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas, lo que quiere decir que provienen de especies silvestres. Adicionalmente, de acuerdo con IPBES, 45 % de los ecosistemas terrestres y 66 % de los marinos están significativamente alterados por la actividad humana. La implicación natural de esta situación es que la destrucción de los ecosistemas aumenta las oportunidades para que patógenos de especies animales entren en sistemas humanos y causen contagios con potenciales epidémicos o pandémicos. Aaron Bernstein profesor de la cátedra Efectos en la Salud Pública del Cambio Climático de la Universidad de Harvard explica que es posible que la epidemia del ébola fuese causada por la deforestación que obligó a los murciélagos a cambiar su hábitat. Aunque no hay una relación causal clara, sí existen elementos para vincular algunos efectos del cambio climático y la pérdida de la biodiversidad con la emergencia del SARS-CoV-2.
La pandemia ha puesto de manifiesto la indisociabilidad entre el ser humano y el mundo natural, cuando un virus proveniente de otra especie tiene a la humanidad en suspenso con una afectación severa en términos económicos y de salud. Varios factores ambientales están vinculados con el incremento de enfermedades infecciosas emergentes: las especies silvestres que están amenazadas por la pérdida de hábitat han migrado y se han puesto en contacto con nuevas especies, incluidos los humanos, favoreciendo la concentración la transmisión y la potencia de los virus. También hay quienes afirman que, con la disminución de la biodiversidad, el número de especies disponibles para que los virus se propaguen o muten es menor, y con ello no se propicia su dilución genética sino su expansión y fortalecimiento.
Por otro lado, con respecto al impacto de la pandemia en la especie humana y sus sociedades, la crisis por venir impactará de manera más profunda a las poblaciones con menores ingresos. El desarrollo sostenible —como fórmula para balancear el necesario desarrollo económico cuidando no vulnerar el equilibrio ecológico— se verá necesariamente comprometido ante una situación de recesión económica y conflictividad social. Se requerirá una gran creatividad e inteligencia para definir políticas públicas, inversiones y nuevos hábitos sociales para salir de una crisis de salud y la crisis económica sin hipotecar los recursos naturales y el equilibrio ecológico, que a la postre resultan en nuestro único seguro para el futuro.
Los programas de restauración ecológica y reforestación a nivel global deberán fortalecerse y ampliarse. La deforestación no solamente es una de las causas más importantes del aumento de la temperatura planetaria, sino que es también causante de la perdida de biodiversidad y de la migración de las especies fuera de sus hábitats naturales. La reforestación con un enfoque de sostenibilidad ambiental y diseñado para la reactivación económica puede ser una de las soluciones basadas en la naturaleza más relevantes para contrarrestar el surgimiento de las condiciones que propiciarían una nueva epidemia.
De igual manera se debe vigorizar la economía y la biodiversidad oceánica. Por su geografía, México es un país con una vocación marítima. Es fundamental considerar a los océanos como una solución ante la crisis por las que atravesamos. El océano es un recurso indispensable para garantizar la seguridad alimentaria y proveer de empleo e industria a nuestro país. Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (mejor conocida como la FAO, por sus siglas en inglés) los mares podrían proveer alrededor de seis veces más alimento de lo que actualmente proveen. Esto representaría más de dos tercios de la proteína animal necesaria para alimentar a la población mundial futura.
Para una recuperación incluyente de nuestro país, una excelente alternativa puede ser la creación de más Zonas de Refugio Pesquero, que han demostrado ser una de las herramientas más exitosas a nivel mundial, con positivos impactos económicos, sociales y ambientales. La idea es que, a través de la mejora de las pesquerías y la conservación de la biodiversidad se protejan los hábitats, se refuerce la subsistencia de las comunidades pesqueras —cuya participación en el diseño e instrumentación de las Zonas es esencial— y se fortalezca la autosuficiencia alimentaria del país.
También es indispensable impulsar el alcance de las energías renovables en aras de minimizar el impacto contaminante de las energías fósiles, pero que también socialmente favorezcan a las economías locales de los sectores más vulnerables de la población. Es momento de reflexionar sobre una estrategia de revitalización de las energías renovables que impulse el bienestar de las personas más desfavorecidas. Existen mecanismos de participación comunitaria para garantizar que el aprovechamiento de los recursos naturales beneficien de manera directa a las comunidades locales.
La expansión de la movilidad sostenible es igualmente fundamental. Como ya lo hace el Gobierno de la Ciudad de México, la ampliación de las ciclovías y los programas de bicicletas compartidas en cada vez a más colonias, generando mejores condiciones para el uso seguro de la bicicleta, ha demostrado ser el modo ideal de transporte durante esta pandemia. Resulta primordial que el uso de las bicicletas como método de transporte tenga cada vez más incentivos y facilidades. No omito mencionar que las ciudades con menor contaminación atmosférica han tenido menor mortalidad por el COVID-19 que las ciudades con mala calidad del aire. Nuevamente: invertir en el medio ambiente resulta en efectos positivos para la salud pública.
La pandemia ha vuelto a ponernos en contacto con la naturaleza, con la vulnerabilidad humana y con la importancia de proteger el aspecto natural de nuestras vidas. Después de todo, los seres humanos somos parte del medio ambiente, dependemos de la naturaleza para nuestra alimentación, para nuestra supervivencia e incluso para nuestra propia existencia. Ahora también sabemos que dependemos de su protección para protegernos frente a las enfermedades zoonóticas. No podemos entender al ser humano sin su entorno natural.
Cuidar al medio ambiente no es una tarea secundaria ni un lujo. Hacerlo es económica y socialmente redituable y significa cuidar nuestra propia supervivencia. La Comisión Global de Adaptación estimó que por cada peso invertido en resiliencia ambiental durante esta década se recuperarán cuatro en la próxima. Estamos en un momento clave, diferente al de hace una o dos décadas, pues la protección del medio ambiente y las energías renovables hoy son ya económicamente rentables.
Podemos —y debemos— conmemorar el Día Mundial del Medio Ambiente con la vista hacia el futuro: el cuidado de nuestros hábitats y ecosistemas nos permite hacer frente a los problemas inmediatos, como mejorar la salud pública y mitigar el impacto de la pandemia. Sólo un esquema organizado y coherente que contemple en serio la protección al medio ambiente como parte integral de las políticas que mitiguen la pandemia y sus efectos económicos nos permitirá verdaderamente aspirar a un futuro social y ambientalmente sostenible.
Martha Delgado Peralta
Subsecretaria para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores.